El
fútbol salvó la vida a mi padre adoptivo en Mauthausen. Era el
Ronaldo de aquel horror nazi y las SS aplaudían sus jugadas».
Quien, con lágrimas en los ojos, recuerda a la persona más
importante de su vida es Siegfried Meir, hoy un anciano de 80 años
que debe su vida a un burgalés de Hinojar del Rey, de nombre
Saturnino Navazo, con quien quiso el destino que se encontrara en el
infierno del campo de exterminio de Mauthausen. Ese ángel que
utilizó el fútbol como última tabla de salvación en medio del
horror, fue el tutor que respondió con una mirada limpia cuando el
pequeño Meir, judío de origen rumano y alemán, esperaba un golpe;
su salvador, cuando la lógica de la muerte le podría conducir a un
horno crematorio, y su padre, cuando el huérfano abandonó las
tinieblas que custodiaban las SS y quedó solo en el mundo. 68 años
después, aquel niño rebelde lo recuerda con permanente llanto de
emoción en Ibiza, la ciudad que tanto visitó en los 50 con su padre
durante las vacaciones y que ha querido hacer su hogar. Las
fotografías, las imágenes y un relato sobrecogedor de una vida en
común que comenzó en el averno acompañan a este hombre, que recibe
a un equipo de Ical en la playa ibicenca de Talamanca con
tranquilidad, pero carente de alegría y con un semblante que denota
un pasado convulso.
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